Una deuda de honor reformista | Por Abraham Leonardo Gak*
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Cuando los jóvenes de Córdoba lanzaron su Manifiesto Liminar, salieron a combatir la educación escolástica, la mediocridad y la estrechez intelectual que impedía a la universidad ser protagonista de su época. Su mirada visionaria iba más allá. En realidad lo que querían era que la universidad formara parte de un movimiento social que colocara al pueblo como protagonista de un proceso de cambio basado sobre la justicia y la democracia. Como dijo Deodoro Roca "reforma universitaria es lo mismo que reforma social".
Tan es así que el Manifiesto fue leído en América latina como un llamado a una profunda reforma social. Lo fue en el Paraguay, en Chile, en Bolivia, y especialmente en el Perú donde dio nacimiento a un partido político, el APRA, que concentró en sus filas a la inteligencia de ese país, dando marco a la influencia de hombres como Víctor Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez y José Mariátegui.
Esa influencia se mantuvo durante estas décadas que nos separan del '18 y aun hoy se manifiesta en nuestra defensa de la educación pública, del cogobierno en la universidad, en la presencia de las cátedras paralelas y, sobre todo, en el compromiso con la sociedad.
Rescatamos las luchas por la institucionalización de la democracia en la década del '30, en el alineamiento con las causas de la libertad y la democracia en la década del '40, miramos críticamente nuestra colaboración con la instauración de los primeros intentos del neoliberalismo en el país, y nuestra ceguera en entender el proceso de acceso de las clases populares al poder político, aun con sus fuertes connotaciones populistas y autoritarias.
En esta primera década, el panorama local y latinoamericano presenta, por un lado, situaciones inéditas y altamente preocupantes; por otro, nuevos actores con voluntad de protagonizar cambios sustantivos para sus sociedades.
La desocupación, marginación y exclusión social de amplios sectores de la población siguen mostrando índices muy superiores a los de comienzos de siglo, inclusive a los del período de la crisis mundial del '29. América latina no sólo ha tenido décadas perdidas sino décadas de retroceso.
La concentración del poder económico y financiero de las corporaciones transnacionales, la conformación de poderosos bloques entre las naciones desarrolladas, junto con el progreso científico, la globalización de la economía y el formidable desarrollo de las comunicaciones y la tecnología originan una brecha entre los países de nuestra región y los países centrales muy difíciles de salvar.
Muchas decisiones se someten a los requerimientos de los grandes centros de poder económico y se desarrollan políticas regresivas que se traducen en una marcada inequidad en la distribución del ingreso, que nos llevan a inaceptables índices de pobreza con todo lo que ello significa: mortalidad infantil, deterioro en la atención de la salud, limitaciones serias al acceso a la educación, deserción escolar, trabajo infantil y, naturalmente, desesperanza y falta de expectativas en el proyecto de vida de grandes sectores sociales.
Y bien, ¿cuál es el papel que debemos desempeñar los reformistas de ayer y de hoy? ¿Cuáles son los objetivos que deben concentrar nuestros esfuerzos? ¿Cuál es el mensaje que le debemos a la sociedad?
El conocimiento es la herramienta más importante que un país o una región tienen para generar crecimiento y desarrollo. Pero, ¿qué clase de conocimiento? ¿A quién debe beneficiar?
En las respuestas a estos interrogantes están las nuevas metas de los reformistas. Ya no basta la cátedra paralela, ya no basta el cogobierno, ya no basta disponer de un ámbito de libre discusión de las ideas.
Nuestra misión es trabajar para generar igualdad de oportunidades, equidad en la distribución del ingreso, desarrollo sustentable y conservación de una identidad propia, aun en un escenario de globalización, de tránsito irrestricto de capitales financieros.
Quienes trabajamos cotidianamente en educación sabemos de las dificultades que debemos enfrentar: insuficiencia de orientaciones sólidas para la generación del conocimiento, falta de recursos para hacer frente a los requerimientos de una enseñanza de calidad y de una masividad creciente, a la que se une un escepticismo en los jóvenes, consecuencia del modelo de sociedad en que vivimos.
El movimiento reformista nació como un proceso de rebeldía, transgresión y utopía. Pretendió cambiar la universidad hasta en sus cimientos y, con ella, la sociedad. Hoy enfrentamos un desafío igual o mayor al de los jóvenes del '18.
Estoy convencido de que sin rebeldía, sin transgresión y, sobre todo, sin el convencimiento de que existen otros caminos por recorrer que no pasan por la miseria y la desesperanza, poco o nada haremos.
Es hora, pues, de redactar un nuevo Manifiesto liminar que sea el compromiso de quienes transitamos las aulas universitarias para modificar esta realidad con la que no transamos y para comenzar a hacer frente a la deuda de honor que contrajimos al abrazar la causa de la reforma.
Ojalá podamos decir, como los jóvenes del '18: "estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana".
(*) Profesor Honorario de la Universidad de Buenos Aires
Una deuda de honor reformista | Por Abraham Leonardo Gak
Publicado por Red Federal en 23:35
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